Tito Tricot.
Una noche de dictadura desperté de improviso, jadeante desperté, en el instante justo para ver desaparecer por el umbral de la puerta la sombra de la muerte.
Una noche de dictadura desperté de improviso, jadeante desperté, en el instante justo para ver desaparecer por el umbral de la puerta la sombra de la muerte.
Creo que llevaba un violín a cuestas mientras me miraba
con unos ojos lacerantes,
tan oscuros eran que me perforaron de miedo el cráneo. Es que la
muerte puede
llegar en cualquier momento, de día o de noche, con violín o
levita, de fiesta
o de mal humor. Pero llega. Lo injusto es que les llegue del
cielo a los niños
palestinos que ni siquiera han tenido tiempo de jugar; que se
consuman entre
llamas candentes antes de haber conocido la ternura del amor. Lo
injusto es que
se les haya incrustado un país en su país, un extraño en su
tierra, un balazo
en la frente, una cadena en sus
manitas
de ángel para que no vuelen. Lo injusto en que se les desplace y
hacine en
campamentos por décadas para crear asentamientos colonizadores y
profundamente
racistas. Todo para que a la muerte le sea más fácil deslizarse
por entre las
grietas del desierto para continuar su derrotero de exterminio.
Dr. Tito Tricot
Porque de
eso se trata, de devastar todo lo
devastable, destruir
todo lo destruible.
Desde pequeños hay que asesinar a los palestinos: atemorizarlos,
aterrarlos, invalidarlos,
anularlos, mutilarlos, da lo mismo cómo, dónde y con qué.
Después de todo
tienen todo el apoyo de Estados Unidos que sustenta política y
económicamente a
Israel. 4 mil millones anuales al Estado sionista y quizás
cuántos miles de
millones más en cifras encubiertas. Además, por cierto, de haber
transformado a
ese país en la égida de la política imperialista en el medio
oriente, el vórtice
de la geopolítica, un poder, ya no en las sombras, sino que de
manera
ostensible. Por ello es que Israel mata sin vergüenza, sin asco,
a vista de
todos, porque es hijo de puta de Estados Unidos y de la
industria armamentista cuyas
ventas ascienden a la sideral suma de
410 mil millones de dólares anuales. Hace apenas 2 años atrás el departamento de Defensa comunicó al Congreso que firmó en nuevo convenio con Israel para venderle armamento de precisión por un valor de 647 millones de dólares. En adición a esto, y pese a la ingente maquinaria de guerra que ya posee Israel, el presidente Obama acaba de aprobar otros 225 millones de dólares para reforzar el sistema anti-cohetes que tiene el país.
Mientras
tanto la muerte sigue cayendo a
borbotones de fuego, a ramalazos de esquirlas, sobre escuelas,
casas,
hospitales, calles, carpas, playas, esquinas. Su sombra se
cierne como remedo
de guerra, pero no hay guerra, sino que lisa y llanamente una
matanza de un ejército
armado hasta los dientes contra una población civil. Hay
resistencia, como ha
habido siempre, pues el pueblo palestino es valiente, pero
señalar que hay
guerra y que el Estado israelí se está defendiendo ante ataques
terroristas no sólo
es una falacia sino que un argumento absurdo e insólito. Es el
argumento de los
cobardes a quienes les aterra la
sonrisa
de los niños, los mismos que algún día mirarán perplejos aquel
muro de concreto
de 721 kilómetros de extensión construidos por los israelís para
mantener la
pureza de su raza ¿No es lo mismo que buscaron hacer los nazis
con ellos? ¿No son
increíbles los misterios de la historia? Por supuesto que el Estado de Israel no utiliza
conceptos como
raza o limpieza étnica, sino que más bien términos como:
seguridad, defensa
ante el terrorismo u otros eufemismos que, desafortunadamente
para ellos, no
logran ocultar la masacre de niños y adultos por igual en esta
nueva ofensiva
armada. En el intertanto, la comunidad internacional
–particularmente las
Naciones Unidades– demuestran su ineficiencia para detener la
catástrofe humanitaria
provocada por Israel y Estados Unidos: la falta de alimentos,
suministro de
agua, electricidad, combustible, entre otros. Y, por supuesto,
el
desplazamiento de millares de personas, así como el asesinato de
casi 2 mil
palestinos y 10 mil heridos.
Una
noche de dictadura desperté de improviso, jadeante
desperté, en el
instante justo para ver desaparecer por el umbral de la puerta
la sombra de la
muerte. Es que la muerte puede llegar en cualquier momento. Lo
injusto es que
les llegue del cielo a los niños palestinos que ni siquiera han
tenido tiempo
de jugar.
Dr. Tito Tricot
Sociólogo
Director del Centro
de Estudios de América Latina y el
Caribe-CEALC
Valparaíso
2 Agosto 2014
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